Todavía recuerdo los días en los que recién comenzaba como docente y me preguntaba cómo crear una clase acogedora al mismo tiempo que bien administrada y funcional.
Aunque entiendo que cada uno aprenderá de sus propias experiencias, me gustaría compartir tres frases que realmente me marcaron en mis primeros años como docente.
La primera es una frase que me dijo un alumno, la segunda es un consejo que recibí de un colega más experimentado y la última es algo que aprendí desde el principio y me gusta decirle a mis alumnos cada vez que tengo la oportunidad.
«No te voy a caer bien»
Era el primer día de clases, ella caminó directo hacia el frente del salón y me dijo:
«No te voy a caer bien»
«Por qué no me caerías bien?» le pregunté.
«Porque no me gusta leer»
Me sorprendió que un estudiante de secundaria entrara a mi salón de clases tan decididamente y determinara desde el primer momento que no me caería bien.
No recuerdo exactamente lo que respondí, pero pienso y espero que haya sido algo así como «Me caes bien, que te guste o no te guste leer no tiene nada que ver con eso».
Rápidamente me di cuenta que mis alumnos me veían sólo como su profesor, no como una persona completa, y eso llevó a quienes no les gustó mi materia a asumir que podríamos tener problemas.
También me di cuenta que estaba trabajando con niños y adolescentes a los que se les recordaba constantemente sus fortalezas y debilidades a través de pruebas y exámenes.
Lo primero que trato de incorporar para establecer un ambiente acogedor y altamente funcional en la clase es encontrar motivos para agradar a los alumnos. Nuestra atención y cuidado hacia los estudiantes no debe tener en cuenta qué tan bien se desempeñan en las pruebas de fin de año o incluso el trabajo diario. Preocuparnos por su éxito no es condicional, sino que es nuestro deber, obligación y responsabilidad.
Mi trabajo no era sólo enseñar inglés, sino también desafiar la idea de que las dificultades académicas conducen a una desconexión entre el docente y el alumno. Las pruebas y exámenes no representaban la historia completa de mis alumnos, así como tampoco la frase “profe de inglés” resume mi identidad.
“Vas a tener que ser más malo”
Parte de mi trabajo en mi primer año como docente era mantener el orden de los pasillos durante los recreos. Al ver que trataba a los estudiantes con tanta paciencia y falta de firmeza un colega me dijo: “Vas a tener que ser más malo” — un consejo que muchos maestros nuevos reciben.
En aquel entonces tenía veinte y pocos años, era muy tímido y no tenía idea de cómo tratar con los alumnos en un ambiente desestructurado como el pasillo.
Me gustaría poder decir que ignoré este consejo desde el principio, pero no puedo… Así que intenté “ser malo” durante las próximas semanas. Básicamente lo que hice fue observar lo que otros educadores hacían e imité su comportamiento severo. Después de un tiempo forzándome a comportarme de esta manera, descubrí que no me gustaba para nada ese papel y pensé “no me hice docente para poder mejorar en ser malo, tiene que haber otra manera”.
Lo que aprendí, y ahora comparto con otros educadores, es que se puede estar tranquilo y calmo al mismo tiempo que ser firme y establecer limites, sin necesidad de ser “malo” como forma de imponer autoridad.
Mi trabajo con los estudiantes se basó en esos límites que empecé a establecer a principio de cada año, que mantuve consistentemente pero también que aprendí a reajustar a medida que fui ganando más experiencia.
Como docentes somos el adulto en el salón de clase, pero ser el adulto no necesariamente equivale a ser “el malo”.
“Esta también es tu clase”
Al principio de mi carrera, como muchos otros docentes nuevos, estaba aterrorizado con la idea de que alguien iba a tener que hacerse cargo de la clase y que ese alguien era yo.
La voz de un profesor puede dar forma a un aula de manera muy significativa, pero los estudiantes también tienen voces que merecen ser oídas. Hasta el día de hoy, cuando un alumno tiene una pregunta o quiere compartir una idea, trato de decir: “Esta también es tu clase”. Descubrí que los estudiantes, principalmente de secundaria, también quieren que se escuche su voz.
Para docentes nuevos, puede ser difícil, en el medio de aprender un nuevo plan de estudios, la forma en que se hacen las cosas en la nueva escuela, los nombres y rasgos de los estudiantes, también recordar incluir un espacio para que las perspectivas y opiniones de los alumnos sean parte de lo que se aprende en la clase.
¿Es una interrupción un intento de ser disruptivo o una oportunidad de aprovechar la perspectiva del alumno? Ambos escenarios son posibles.
En un mundo donde hay cierto programa que cumplir, un ritmo pautado y ciertos estándares que alcanzar, la idea de incluir las opiniones de los alumnos puede parecer una tarea difícil. Se puede invitar a los estudiantes a compartir sus puntos de vista cuando leen o escriben, reflexionando sobre lo que aprendieron.
Una de las mejores formas de administrar el aula puede ser dejar momentos específicos y concretos para escuchar a los estudiantes mientras se sigue manteniendo la tarea de enseñar por parte del docente.
¿Recuerdas alguna frase que te dijeron cuando comenzabas como docente y te marcaron hasta el día de hoy? Escribe tu experiencia en la sección de comentarios más abajo para que todos podamos aprender de ella.